Querida Caryn,
A través de nuestros tiempos juntos he ido observando con gozo las cualidades que Dios está cultivando en tu vida.
Primero que nada y lo más importante, temes y amas a nuestro Señor y Salvador y deseas crecer en conformidad a la gloria de su imagen. Esta es, sin lugar a dudas, la característica que más aprecio en ti y sin la cual ninguna de las demás tendría el valor necesario. Regularmente quedo admirado al meditar cómo Dios te ha equipado para honrarle y para exhortar a otros en la misma dirección.
En segundo lugar, estimo tu firme convicción acerca del rol que tienes como mujer y el ardiente anhelo de ser una ayuda idónea capacitada para servir en todas las esferas que te han sido asignadas como novia, como esposa, como compañera y como madre. Asimismo me deleito al contemplar cómo te preparas para desempeñar tu papel con excelencia.
También admiro tu capacidad para ministrar en el anonimato a los grupos de personas menos populares. Esto ha cautivado mi corazón: el descubrir que con tu servicio no buscas la gloria de los hombres, sino que la motivación que impulsa tu trabajo es la aspiración de agradar primordialmente a nuestro Redentor.
Otra cualidad que respeto en ti es la inusual inclinación a sujetarte con gozo, confiando que Dios honrará tu decisión de hacerlo. No sólo buscas sujetarte sino que además incentivas el desarrollo y crecimiento de mi liderazgo como varón.
Además, pienso que en ti existe un balance acertado entre la fortaleza de una mujer quien confía que su Señor le dará la gracia necesaria para caminar sobre sendas dificultosas y la fragilidad femenina que caracteriza a una doncella delicada.
Como si todo esto no fuera suficiente, Dios te ha dotado de una belleza femenina natural que me ha conquistado hasta el punto de hacerme caer enfermo de amor. Tus ojos me han vencido y he acabado completamente derrotado. Cada día que pasa te encuentro más y más atractiva y espero con ansías el día en que ya no tendré que separarme de ti.
Por todo esto y mucho más, es contigo con quien desearía recorrer el resto de mi travesía sobre la tierra. No puedo imaginar otra mujer con quien podría desempeñar mejor el llamado que Dios tiene para mi vida. Tú eres la culminación de mis sueños y mis anhelos, porque es el Señor mismo quien con sobreabundante bondad te ha puesto en mi camino.
Estoy muy consciente de que no te merezco, pero aún así quisiera preguntarte si me concederías el privilegio de casarte conmigo.
